domingo, junio 29, 2008

 

NOSTALGIA ENTRE LIBROS
¡Luna llena, luna llena,
tan oronda,
tan redonda,
en esta noche serena!
Alegre luna de marzo
tras el azul de la sierra,
tú eres un panal de luz
que labran blancas abejas.
Sobre los pinos del monte,
madona, sobre la piedra
del áspero Guadarrama,
miras mi ventana abierta.
Yo te veo, clara luna,
siempre pensativa y buena,
con tus tijeras de plata
cortando el azul en vendas,
o hilando la seda fina
de tus gusanos de seda.
Tú y yo, silenciosamente,
trabajamos, compañera,
en esta noche de marzo,
hilo a hilo, letra a letra
¡con cuánto amor! mientras duerme
el campo de primavera.
Antonio Machado. Noches de Castilla

jueves, junio 19, 2008

 

idea profunda nº 8
nota
pegada,
nota
cobrada

lunes, junio 16, 2008

 

EL ATEÍSMO (12 DE 12)

Supón que te diga: "Quiero comprar un piso de seie habitaciones en París, detrás del Palacio de Luxemburgo, con vistas al parque... No quisiera gastarme más de cien mil francos; ¡espero conseguirlo, creo que lo conseguiré!". Probablemente pensarás: "Se hace ilusiones; confunde su deseo con la realidad...". Y tendrás toda la razón (aunque esto, en rigor, no demuestre nada: ¿quién dice que no vaya a dar con un chiflado dispuesto a vender?). Y cuando se te dice que Dios existe, que vamos a resucitar, etc., ¿no te parece aún más increíble que un piso de seis habitaciones detrás del Palacio de Luxemburgo por menos de cien mil francos? O tienes una idea muy mala de Dios, o una idea muy elevada de la inmobiliaria.
La posición del ateo, en cambio, es más sólida, por cuanto que la mayoría de las veces preferiría equivocarse. Esto no demuestra que tenga razón, pero lo vuelve menos sospechoso de no pensar, como tantos otros, más para consolarse o traquilizarse...
Me detendré aquí. Sólo quería sugerir algunos argumentos posibles. Corresponde a cada cual evaluar sus fuerzas y sus límites. La existencia de Dios es una posibilidad que no puede excluirse racionalmente. Esto es lo que hace del ateísmo lo que no es: no un saber sino una creencia, repitámoslo, no una certeza sino una apuesta.
Es, además, lo que debe conducirnos a todos a la tolerancia. Lo único que separa a los ateos y a los creyentes es aquello que ignoran. ¿Cómo podría esto contar más que aquello que conocen: cierta experiencia de la vida, del amor, de la humanidad sufriente y digna, pese a su miseria, de la humanidad sufriente y valerosa? Es lo que yo denomino fidelidad, que debe unir a aquellos a los que, de otro modo, su fe o su falta de fe podría enfrentar. Sería una locura matarnos los unos a los otros por aquello que ignoramos. Más vale que luchemos juntos por lo que conocemos o reconocemos: cierta idea del hombre y de la civilización, ciera forma de habitar el mundo y el misterio (¿por qué hay algo y no más bien nada?), cierta experiencia del amor y de la compasión, cierta exigencia del espíritu... Es lo que podemos denominar humanismo, que no es una religión sino una moral. Fidelidad al hombre, y a la humanidad del hombre.
Esto no sustituye a ningún Dios. No suprime ningún Dios. Pero, sin esta fidelidad, ninguna religión ni ningún ateísmo pueden ser humanamente aceptables.


André Comte-Sponville. Invitación a la filosofía


miércoles, junio 11, 2008

 


Durante todo el trascurso del siglo XIX, asistimos a un crecimiento gradual de la orquesta sinfónica. Berlioz, en su genial Tratado de instrumentación, atribuyó funciones precisas a las familias de maderas, metales, batería, estableciendo relaciones y equilibrios que contribuyeron a multiplicar los atriles de cuerdas. Desde entonces, no cesan los compositores de reclamar nuevos elementos, aumentando, de año en año, la importancia de los conjuntos. Wagner introduce una familia de tubas; Strauss refuerza el sector de las trompas, imponiéndole las más arduas tareas; Bruckner y Rimski-Korsakov no se quedan atrás, en lo de buscar nuevos recursos. Y así se llega al auténtico gigantismo de Mahler, compartido por el Schönberg de Gurrelieder, proseguido por los compositores rusos de la época actual. A la noción de "orquesta sinfónica" se unía, a principios de este siglo, la idea de un conjunto que nunca se andaba lejos de los cien músicos. En otros términos, se había fijado la fórmula de la "orquesta por cuatro" (cuatro unidades de cada instrumento de madera o metal), no exenta, a pesar de su complejidad, del aditamento ocasional del piano, de ciertas maderas graves, de saxofones, celesta, arpas adicionales e instrumentos de percusión de una sonoridad`peculiar.

Alejo Carpentier. Artículo para El Nacional , Caracas, 3 de junio de 1956.

Gustav Mahler. Sinfonía nº 9 en Re Mayor


sábado, junio 07, 2008

 
LA PUBLICIDAD DE MANOLITO

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EL ATEÍSMO (11 DE 12)

El tercer argumento positivo puede parecer más sorprendente. Si no creo en Dios, es también, y quizá sobre todo, porque preferiría que existiera. Es, si se quiere, la apuesta de Pascal, pero invertida. No se trata de pensar lo más ventajoso -el pensamiento no es ni un negocio ni una lotería-, sino lo más probable. Ahora bien, Dios es tanto menos probable , así me lo parece, cuanto más deseable es: corresponde tan perfectamente a nuestros más fuertes deseos, que es pertinente preguntarse si no lo habremos inventado nosotros para tal fin.
¿Qué deseamos por encima de todo? No morir, reencontrarnos con los seres queridos que hemos perdido, ser amados... ¿Y qué nos dice, por ejemplo, la religión cristiana? Que no moriremos, o que no lo haremos realmente, o que vamos a resucitar; que podremos, por lo tanto, reencontrarnos con los seres queridos que hemos perdido; que somos ya objeto de un amor infinito... ¿Qué más se puede pedir? Nada, ciertamente, ¡y esto es precisamente lo que hace improbable la religión! ¿En virtud de qué milagro lo real puede corresponder hasta ese punto a nuestros deseos, cuando no acostumbra a hacerlo? Esto no demuestra que Dios no exista -puesto que él sería, por definición, quien hace posible los milagros-, pero hace que nos preguntemos si Dios no es demasiado bueno para ser verdad, si creer en él no es confundir nuestros deseos con la realidad, si la religión no es simplemente una ilusión, en el sentido que Freud da a este término: no es necesariamente un error (podría ser, repitámoslo, que Dios exista), sino "una creencia derivada de deseos humanos". Esto, aunque no la refuta, la debilita. "Sería ciertamente muy hermoso -escribe Freud- que hubiera un Dios creador del mundo y una Providencia toda bondad, un orden moral del universo y una vida futura, pero resulta muy curioso que todo esto sea exactamente lo que podríamos desear para nosotros mismos". Creer en Dios es creer en Papa Noel, pero elevado a la milésima potencia, o incluso infinita. Es darse un Padre de reserva, que nos consolaría del otro o de su pérdida, un Padre que sería la Ley verdadera, el Amor verdadero, el Poder verdadero, y que estaría dispuesto a amarnos tal como somos, a colmarnos, a salvarnos... comprendo perfectamente que podamos desear algo así. Pero ¿Por qué habría de creer en ello? "La fe salva -decía Nietzsche-, por tanto, miente". Digamos que la fe nos solventa demasiadas cosas como para no ser sospechosa.

André Compte-Sponville. Invitación a la filosofía.

 
La brevedad de la vida, el embotamiento de los sentidos, la apatía provocada por la indiferencia y las tareas inútiles sólo nos permiten conocer pocas cosas; y con el tiempo, el olvido, ese estafador del conocimiento y enemigo de la memoria, nos despoja incluso de lo poco que sabíamos.

John Banville. Copérnico

martes, junio 03, 2008

 


Anatol Liadov (1855-1914), compositor y pedagogo ruso, una de las figuras más interesantes y coloristas entre los compositores rusos del siglo XIX. Nacido en San Petersburgo, hijo del director del Teatro Marjinski. Estudió en el Conservatorio de San Petersburgo aunque fue expulsado de la clase de armonía del compositor N. Rimski-Korsakov dada su "increíble vagancia". Readmitido posteriormente, colaboró con Balakirev y Rimski en la reedición de las óperas de Glinka "Una vida para el Zar" (1836) y "Ruslan y Ludmila"(1842).

Graduado del Conservatorio con honores en 1877, un año más tarde se convirtió en profesor de armonía y composición del mismo centro. Miembro de la Sociedad Geográfica Imperial, Liadov realizó múltiples estudios sobre la música popular rusa, publicando varios trabajos en este campo. Las obras más conocidas de este compositor son: Baba Yaga (1905), El lago encantado (1909) y Kikimora (1910), al igual que canciones populares, canciones para niños y numerosas piezas para piano.

Anatoly Liadov. El lago encantado


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