sábado, abril 05, 2008

 
SCHUBERT (y 6)
Si Beethoven hubiera muerto a los 31 años, sólo habría podido componer una de sus nueve sinfonías que conocemos. ¿Qué habría sido de Schubert, cuál habría sido su obra, si hubiera vivido los 57 años de Beethoven o incluso los 35 de Mozart? Jamás lo sabremos. Lo que no significa que la pregunta no tenga alcance. Nos acompaña, a los que amamos a Schubert, a los que le amamos como a ningún otro músico, y es parte de nuestra vida, como una pena, como una herida íntima, como una pérdida que nos dejara sin consuelo... ¿Cómo hacer el duelo de lo que no se conoció, de lo que jamás se conocerá? Las obras que nos dejó están como nimbadas de nostalgia, de frustración, de incompletud. Hasta las más arriesgadas, las más cantantes, las más seductoras (el Octeto, el Quinteto para piano, la maravillosa Sonata para arpeggione), nos hieren al mismo tiempo que nos colman. Está ahí la sombra de la muerte, pero también otra cosa: la injusticia del destino, la escasez del amor, lo poco que somos, lo poco que podemos, que vivimos, nuestra miseria, nuestra fragilidad... Es lo que vivió Schubert, en el dolor, en la angustia, como todos nosotros, y que él canta, apenas puede, como solo él sabe hacerlo. Esclarece con ello nuestros fracasos; trivializa nuestros sufrimientos; nos reconforta a su modo. Dureza de la vida: dulzura de Schubert. Como una canción triste que sin embargo consuela, que sosiega. Hay algo de muchacha en Schubert y también algo de maternal (¿la huella quizá de una infancia feliz?) y de infinitamente dulce. Sí: la ternura. Diríase que él nos escucha, que nosotros cantamos... Entre desolación y consuelo. Entre desamparo y caricia. Se querría cerrar los ojos y llorar suavemente. Schubert nos lo permite, sin vergüenza ni piedad, y es un regalo precioso. Paz en la tierra a los que sufren: paz para todos.
No hay que escoger, por cierto, entre Mozart y Schubert, ni hay que olvidar tampoco la lección heroica de Beethoven. Pero no bastan ni la gracia ni el coraje: no somos ni héroes ni genios. Somos hombres o mujeres ordinarios, es decir, seamos francos, niños pequeños. Debimos crecer, y no se puede. Amar, y no se sabe. ¿Ser amados?. Si en realidad nos amaran, si pudiéramos ser amados, ¿acaso Schubert nos haría llorar tanto?
André Comte-Sponville. Impromptus

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