viernes, marzo 21, 2008

 
SCHUBERT (2 de 6)
No soy ni músico ni musicólogo. Y melómano cada vez menos. Esta pasión ya me ha pasado, como otras, como es preciso que pasen, y creo sinceramente que por ello amo mejor la música, por escucharla menos, por haber dejado de creer en ella. Habría que explicar esto con mayor extensión, pero no es mi tema es este caso, con esta excepción: en la música, por lo menos en la suya, Schubert nunca creyó del todo. Quizá por ello dejó tantas obras inconclusas, y tantas otras que conmueven por su reserva, delizadeza, discrección... Se diría que compone como disculpándose -por estar allí, por ser él mismo-, como quien se borra, como quien se marcha... ¿Quizá porque no fue bastante reconocido en su tiempo ni fue ejecutado por quienes no fueran sus amigos o por él mismo? ¿Le pesaba quizás la gran sombra de Beethoven o la gran luz de Mozart? Está claro que los admiraba como nadie. ¿Quién no? ¿Y quién mejor que él? Pero nunca se dejó apresar por ellos. Se inspira en ellos, los imita, se sitúa en su escuela, cómo hacer de otro modo, pero siempre tomando distancias muy marcadas, con la sensación, cómo decirlo, de su insuficiencia, sí, de su propia pequeñez, de su propia fragilidad, como un niño todavía... Y por cierto, si se quiere hacer comparaciones, nadie duda de que Mozart y Beethoven lo superan. Pero él lo sabe y por ello es más emocionante, está más cerca de nosotros, hasta el punto de que a veces los supera, por lo menos en humildad, por lo menos en intimidad, y por esa gracia desolada y sonriente... Schubert, mi semejante, mi hermano: se tiene la sensación de que con él compartimos todo; hasta el desgarro de no ser Mozart.
La cronología dice que pertenece a la generación siguiente a la de Beethoven. Pero muere apenas dos años después de su aplastante modelo y sin haber rivalizado nunca con lo que en la música del maestro había de más audaz, innovador, futurista... Beethoven mira hacia el porvenir, como hizo Hugo, o Liszt, como Delacroix... Schubert no. ¿Hacia el pasado? No sé. No creo. En él no hay arcaísmos ni manierismos ni conservadurismos. Por el contrario, libertad, invención, tranquila audacia. Puede ser que sencillamente le bastaba el presente, la apertura del presente, la herida continua del presente, como esas tardes infinitas de verano en las que hacen pensar a veces sus movimientos lentos, como una ofrecida eternidad, como un instante que no acaba de terminar... Siempre evoca sobre todo a Mozart (y no sólo en la Quinta sinfonía ), y continúa -digo esto ingenuamente, como me parece- una especie de paradójica transición entre él y Beethoven. Más romántico que Mozart, más clásico que Beethoven, y sin embargo ni el uno ni el otro, o los dos... No sé qué creen los especialistas y en realidad no me interesa. Pero para mí tiene el encanto del intervalo, de la bisagra, del pasaje... Un poco como la adolescencia de la música (¿no habéis advertido cúanto hay de niña en Schubert?), con esa belleza que se ignora o se desdeña, esa naturalidad entre exquisita y vacilante, esa gracia frágil, esa seducción feroz y algo torpe, ese no sé qué de inconcluso e incierto... Es muy poco habitual que, si se escucha casualmente un fragmento desconocido, se crea de Mozart lo que es de Beethoven o viceversa. Pero me ha sucedido a menudo -es el privilegiode los ignorantes- atribuir a uno o a otro lo que pertenecía a Schubert, o a Schubert lo que era del uno o del otro... Esto me aclara lo que me gusta en él y , dicho sea de paso, en ese famoso estilo vienés junto al cual Beethoven siempre me parece demasiado alemán -casi siempre- y que, salvo en Schubert, me parece siempre demasiado vienés comparado con Mozart...
André Comte-Sponville. Impromptus

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