miércoles, marzo 19, 2008

 
SCHUBERT (1 de 6)
Mozart es un milagro. ¿ y qué es Schubert? Un sufrimiento, un dolor, un desgarro... Hace tiempo, el mismo año, creo, que lo descubrí, y con él a la música (tenía unos 23 años: se me alteró toda la vida), soñé con consagrarle una novela, o con consagrármela a mí mismo, como una autobiografía, y había pensado dos títulos, uno tontamente pretencioso o rebuscado, El joven y la muerte, y el otro más simple, más verdadero, Pobre Franz. Mozart es un milagro; Beethoven, un combate. ¿Y qué es Schubert? Franz, el pobre Franz... Schubert es Schubert y nada más. Su música se le parece: es él mismo hecho música. Se dirá que ésto es siempre cierto. Pero no es así. La música de Bach sólo se parece a Dios, la de Beethoven a la humanidad. ¿Y quién osaría afirmar -aunque fuera el mismo Mozart- que la música de Mozart se le parece? No digo nada de esos que fingen asemejarse a su propia música, de todos esos románticos que posan, entre dos notas, para las mujeres o la eternidad... Schubert no posa. No finge ser Schubert. Casi se disculparía, por lo menos hace todo para que eso nos resulte leve, sin nada que pese o que pose, como dirá Verlaine, y de hecho a él nos recuerda a veces, con mayor hondura, mayor potencia, más sombra y más luz, como un Verlaine que tuviera el genio de Rimbeaud, como un Rimbeaud que tuviera la sencillez de Verlaine... No me sorprende que sea inigualable en los lieder. ¿Qué músico más poeta? y no obstante el más músico de todos, parece... Sabemos que no tenía piano y que componía casi siempre en la cabeza. Compartía al parecer sólo con Mozart ese privilegio de una facilidad inaudita que no necesita buscar las notas y ni siquiera ensayarlas, lo que impresiona mucho a los especialistas. Era en sí un piano, hay que creerlo, debía poseer el canto absoluto como otros tienen oído absoluto, además, para hablar de uno mismo no hacen falta las cuerdas de ningún instrumento... Basta el dolor. Basta la emoción. De allí proviene quizás esa autenticidad sin par, esa buena fé que te desarma, ese candor... Schubert compone como quien se confía a su mejor amigo, cuando se lo tiene, sin frases, sin gradilocuencia. Y esto produce, entre él y nosotros, como un secreto compartido. Nada en las manos, nada en los bolsillos, la música desnuda e incluso más allá de todo impudor... como la desnudez de un niño. Y no obstante es la nuestra. Cada uno se reconoce en ella reconociéndole, a él, y éste quizás sea el verdadero milagro de Schubert: no un exceso de luz o de pureza como en Mozart (cada uno venera en Mozart aquello omismo de que se siente incapaz, como se ama a Dios, en la distancia y el deslumbramiento), no un exceso de fuerza o de grandeza, como en Beethoven ( en él admiramos sobre todo lo que nos supero o nos falta), sino tanta intimidad, fraternidad, cercanía simple y verdadera... La música Schubert se parece a Shubert y a todos nosotros. Como a la infancia. Como a la soledad. Como la muerte. Se diría una confesión , o mejor (puesto que sólo se dirige a nosotros, sin sacerdotes, sin sacramentos ni remordimientos), una confidencia, una larga confidencia para nada, para la simple emoción de decir y de escuchar, como un lleno excesivo del alma, un sollozo o una sonrisa, y ese desgarramiento de ser o de amar justo antes de morir, ese torpor, esa languidez, esa soledad infinita...
André Comte-Sponville. Impromptus

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