sábado, diciembre 01, 2007

 
Cuando por Palafrugell empezó a circular la noticia de que Hermós había abandonado la vida que suele llevarse habitualmente en este mundo, y que se había ido a vivir solo, en las remotas lejanías de Aigua-xellida, a una gran cantidad de personas les pareció absolutamente plausible.
Y es que en aquella época, en mi pueblo natal como en todo el litoral de mi país, había mucha gente que tenía la ilusión de la vida libre. En los años jóvenes esta ilusión podía más o menos apagarse, pero cuando se alcanzaba cierta edad el sueño de la vida libre volvía sin falta. No se trataba de una pretensión demasiado inmodesta. Era la ilusión de vivir sin relojes, sin horarios, sin campanas, sin convenciones, sin tópicos, sin sirenas de fábrica, sin obligaciones, siempre penosas. El día más triste de la historia de Palafrugell fue el día en que se oyó, por primera vez, el silbido de una de esas sirenas. Fue un día fatídico.
Josep Plá. Un viaje frustrado

Comments:
Totalmente de acuerdo con Josep. Las sirenas de las fébricas y los semáforos nos hacen infelices.
 
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