jueves, agosto 23, 2007

 

El jardín de María

Son las cuatro de la tarde. Es verano. El sol cae sobre nosotros como una pesada manta que nos ahoga y nos impide todo movimiento. Es hora de la siesta.
Todos en casa están echados. Cada uno en su habitación. Las persianas y cortinas a modo de mordaza sobre unas ventanas que significan una amenaza por ser los ojos a través de los cuales entra el enemigo en forma de luz, simple claridad o más raramente convertido en aire abrasador.
Yo me aburro. No tengo sueño. No encuentro sentido a ese estar quieta, sin poder jugar, hablar con nadie, sin poder salir a la calle. No me importa que queme el aire, que me abrase con el suelo, que me de una insolación, cualquier cosa es preferible a este sopor, esta modorra que se apodera de mis sentidos, que me llena de una abulia que ya no podré quitarme de encima el resto del día.
Trato de poner en marcha mi imaginación. Puedo inventarme una historia que me entretenga, de la que yo seré protagonista y heroína en una fabulosa aventura. Otras veces lo he hecho, pero siempre era de noche. La oscuridad favorece ese tipo de fantasías o aberraciones como las calificaba mi abuela. En todo caso ahora resultaba inútil sustraerse del ahora y viajar quién sabe dónde ni de qué manera.

Comments:
Como me gustaría sentir ese calor. Es que ni me lo puedo imaginar.
Precioso, jardinera. Ya era hora, que nos tenías a las plantitas abandonadas.
Géminis
 
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