domingo, junio 17, 2007

 
La jardinera+Cristo+Buda (3)
Nadie en su sano juicio aceptaría de manera natural estas condiciones. Pero hay una estrategia para imponerlas: la amenaza del infierno, la promesa del paraíso, lugares descritos como remotos, a los que se accede sólo después de la muerte, pero en los que es necesario creer precisamente para hacer que existan. Dado que la vida es transitoria, se le trata como si fuera una especie de accesorio. La auténtica vida no es ésta -se dice-, sino otra que está más allá. Las mejores cosas nunca están aquí, sino, en otra parte, después de la muerte.
Creer puede dar la impresión de saber, pero no es lo mismo. Creer puede dar fuerza, pero creer en lo indemostrable facilita también la intransigencia y la intolerancia. El auténtico saber, incluida la conciencia de ser ignorantes, es la única forma de conocimiento sólida y responsable. Pero quien elige creer en algo que no sabe únicamente podrá actuar en función de lo que oye decir, basándose en la palabra de algún otro. Y si es la palabra de Dios, ¿qué diferencia hay? Quien actua es el hombre, no Dios, y no es a Dios a quien corresponde la responsabilidad de dichos actos. Jesucristo enseñaba a amar al prójimo por el valor y la dignidad de cada uno, no para eludir el infierno. Trataba el castigo y la recompensa finales como meros hechos, no como el palo y la zanahoria. Pero en el Occidente medieval, y hasta la Edad Contemporánea, infierno y paraíso han sido instrumentos de chantaje, el lobo que anenaza al rebaño de Cristo. Después, la invención del purgatorio garantizó a todo el mundo la esperanza de una colocación en ultratumba.
Infierno y paraíso no son, pues, cosas lejanas: son dimensiones cotidianas de la vida. Las vivimos aquí y ahora, y en esta existencia, independientemente de la, o las, existencias futuras. Cierta historia habla de un emperador japonés, que, a punto de partir para la guerra, deseaba recibir la bendición de un famoso mastro zen, pero no sabía cómo pedírselo (es sabido que a los maestros no les gusta la guerra). Lo invitó a acudir a la corte, pero el maestro le respondió que se encontraba muy bien donde estaba, y que no veía la necesidad de moverse."Es el sediento quien debe dirigirse al pozo", dijo. Aunque reacio, el emperador fue a su encuentro. Hemos de imaginar que acudió con gran pompa, con gran empaque y seguido de su corte. Pero, al hallarse ante el maestro, se sintió turbado y no sabiá muy bien que decir. Finalmente le dijo: "Quisiera que me explicaras qué es el infierno, y qué es el paraíso".
"¡Eres un necio!", exclamó el maestro, haciendo enfurecer al emperador, que desenvainó la espada para cortarle la cabeza. "¡He aquí el infierno!", dijo el maestro. El emperador comprendió que había contestado a su pregunta. Lentamente, volvió a envainar la espada. "He aquí el paraíso", concluyó el maestro.
(continuará)
La ciencia de la felicidad. Francesco y Luca Cavalli-Sforza.

Comments:
Totalmente de acuerdo. Yo estoy hoy en el paraíso. Simplemente porque he comido con mi hija, hace sol y ayer tuve un noche estupenda.
¡ Tanto rollo con la culpabilidad y el miedo!. Ya les vale.
Géminis
 
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