domingo, mayo 06, 2007

 
El jardín de María

Consolarle era el principal motivo de orgullo que podía motivarla a salir corriendo de su casa, casi dejar la puerta entreabierta y lanzarse a plena calle en ardua carrera contra si misma, buscándole, esperando encontrarle en la primera esquina, y luego al ver sus deseos frustados, postergar sus deseos a la segunda, y nada, nada, nada... Que quedaba pues, ¿ volver a casa con la mirada baja, las manos crispadas y dolor de pies ? ¿ Sentarse en la escalera y esperar una más que improbable vuelta? O meterse en la cama, tratar de soñar, tratar de dormir, quizás sólo con cerrar los ojos se pueda lograr el milagro.

Pero no tuvo que calentarse más la cabeza, allí estaba él, apoyado en un árbol, su cabeza describía un ángulo casi perpendicular a su cuello, su perfecta visión le hizo distinguir que sus párpados se unían en fina línea.

Se acercó despacio, las prisas le habían desaparecido del cuerpo, o quizás era un dictado de cortesía o sensibilidad.

Posó lentamente la mano en su hombro, con cuidado, con mimo deseó que no se percatara de ello, deseó ser de verdad lo que siempre fue para él, la mujer invisible.

Su plan se venía abajo, notaba que le fallaban todos los músculos del cuerpo, temblaba. Se arrepentía de haberse dejado llevar por tan compasivo sentimiento. ¿Acaso él mostró alguna vez algo parecido a la compasión, lástima o misericordia hacia ella? ¿Acaso no fue el desprecio su trato habitual? ¿Qué hacía entonces ahí?.

Trató de echar mano de sus recuerdos, de sus vivencias de veinte años pasados con él, pero ni eso servía para avivarle la sangre y salir en dirección contraria, muy al contrario parecía que justamente por ello, debía estar ahora allí, con él. No lo entendía.



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